Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
Jorge Luis Borges, El amenazado
Desde ese primer momento lo supe, estoy enganchado a ti. Sólo con verte, tocarte o escuchar tu voz mi alma se enciende. ¿Cómo pretendes que nos distanciemos, si mi alma está más contigo que aquí?
Me pregunto por qué no subí a ese último tren contigo. Nuestros encuentros, siempre marcados por despedidas. Lo sé, la realidad es mucho más compleja.
Deberíamos estar juntos. No podemos hacerlo. No me gustan las certezas, en especial estas dos. ¿No hemos sido siempre buenos para hacer lo imposible?
Con cada desencuentro este síndrome de abstinencia se hace más insoportable. Mis manos tiemblan si no te escribo, mi voz te busca aunque no la escuches, mis ojos te ven aunque no estés aquí.
Nuestra historia parece una colaboración entre Murakami y Benedetti. Tal vez deberíamos escribir el próximo capítulo, este aún no es el final.
Mientras me quieras, estaremos juntos aunque tengamos un océano de por medio, aunque mis palabras no te alcancen.
El calor del sol de primavera en
el rostro, el olor del aire de las montañas, una vibración que recorre su
cuerpo y lo llena de energía y entusiasmo, eso es lo que siente cada vez que
piensa en ella.
La noche anterior no hizo nada raro. Después de un largo día de trabajo llegó a su apartamento, preparó algo rápido, cenó y se fue a la cama. Durmió mientras escuchaba la lluvia golpear en la ventana. Las noches lluviosas en la ciudad le inspiran tranquilidad.
La mañana tiene un cielo despejado, un lienzo azul inmaculado, un buen comienzo para el fin de semana de no ser por esto. Es una sensación extraña, sabe que debería estar asustado, pero no es así. No es miedo lo que siente, es desconcierto y curiosidad.
Se despertó pensando en ella. Nunca fue capaz de decirle nada, no por miedo al rechazo, sino todo lo contrario, porque dejaría de ser una ilusión y se volvería real, y lo real se acaba. Le sorprendió tener todas estas sensaciones al recordar su rostro, su sonrisa, pero también le sorprendió no ser capaz de recordar su nombre.
Nunca había sido muy bueno con los nombres, pero esto es algo nuevo. No es alguien que acabe de conocer, alguien a quien sólo ha visto algunas veces o que no es memorable. Es ella.
Recuerda perfectamente cada detalle, cada momento en el que han estado juntos. La conoció años atrás, trabajaron juntos por un tiempo y siempre lograba impresionarlo con su inteligencia, creatividad y energía. En ese entonces no se imaginaba que se convertiría en alguien tan importante para él. Con el tiempo empezó a enamorarse de su actitud frente a la vida, su vitalidad -que él atribuía a su juventud, era algunos años menor, pero él nunca la tuvo-, y su sonrisa, esa que ahora no se puede sacar de la cabeza.
Recuerda con especial nivel de detalle la vez que cenaron juntos en un acogedor restaurante, con un ambiente tranquilo que ayudó a la conversación. Ese fue el día en que llegó a conocerla realmente, era perfecta.
Hace meses no la ve -ella siempre había querido estudiar en el exterior, ahora lo estaba haciendo-, tal vez este episodio sea una buena excusa para escribirle.
Pensó que vivir en esta época en la que delegamos nuestra memoria a dispositivos, aunque puede haber causado el problema, podía jugar a su favor ahora. Buscó los mensajes que habían intercambiado, no los encontró; pensó usar las aplicaciones de redes sociales, buscando su foto en los perfiles de amigos en común, pero fue otra búsqueda infructuosa. Parecía que se había desvanecido, probablemente desactivó sus redes para concentrarse en sus estudios.
No se dio por vencido, han trabajado juntos así que su nombre debe estar en algún acta de esa época -será el nombre que no reconozca en la lista-. Es increíble la inmensa cantidad de documentos que almacenamos en unos cuantos años y, aún más, lo natural que se ha convertido encontrar uno en particular. Abrió una de las listas de asistencia, de una reunión en la que, recordaba, ella había dado una de sus habituales ideas sobresalientes.
¡No está su nombre!
¿Cómo puede ser posible? Es como si nunca hubiera existido, pero estaba seguro de que no era un producto de su imaginación.
Decidió escribirle a uno de los compañeros de esa época, preguntar algo relacionado al trabajo, algo que no cree dudas sobre su cordura, como “¿recuerdas quién propuso esa forma de atacar el problema? Quiero usarlo como ejemplo dando los créditos apropiados”. Era un plan simple e infalible. Ahora estaba decidido, apenas tuviera el nombre le escribiría y le diría todo lo que siente por ella.
Empezó a redactar el mensaje, pero en ese momento recibió uno. Era ella, decía que se había despertado pensando en él, aunque probablemente no completamente despierta, porque no lograba recordar su nombre, así que volvió a activar su cuenta sólo para buscarlo entre los amigos en común y escribirle. Había algo que quería decirle.
“Breve et irreparabile tempus omnibus est vitae.” Virgilio
No podía recordar un instante en que no estuviera pensando en ella. En eso se habían convertido sus días, semanas y meses en el último año, su vida ahora era sólo un cúmulo de recuerdos de un tiempo pasado.
No importa cuánto trate de traerla con sus recuerdos, no volverá, él lo sabe y se conforma con vivir en una época diferente a su absurda realidad, el mundo sin ella no tiene color, no tiene sentido.
Ese día había algo diferente, dejó su oscura oficina, caminó por la plaza y por primera vez en mucho tiempo observó los rostros de las personas y sintió cómo había dejado de pertenecer a éste lugar. Pensó en él, en su vida, en su trabajo, pensó en su tiempo. “Su tiempo”, que había dejado de ser suyo para ser de ella. ¿Cómo recuperarlo?, ¿Quería hacerlo?
Esa noche era diferente, tenía la firme intención de recuperar “su” tiempo. Esa noche fue libre. Esa noche fue… la última noche.