El jazz amenizaba esa noche lluviosa y sin luna. La estrecha calle empedrada, a la salida del café, se sentía acogedora y extrañamente vacía.
Estaba fascinado por las dos imponentes columnas al final del camino, pero aún más por María, que había empezado a caminar bajo la lluvia y ahora lo miraba, con su hipnótica sonrisa, y lo invitaba a acompañarla. La luz amarilla y tenue de las lamparas, la melodía y armonía de la música y María, todo parecía producto de un sueño y sin embargo ahí estaba, pensando en que la acompañaría bajo la lluvia toda la vida.