“Do not act as if you were going to live ten thousand years. Death hangs over you. While you live, while it is in your power, be good.”
Marcus Aurelius
Negar nuestra fragilidad es una necesidad humana. Es paralizante el pensar en lo delicados y efímeros que llegan a ser los momentos de felicidad, la juventud, los encuentros familiares, los futuros planeados, los ideales, la vida. Es la realidad la que se encarga de recordarnos lo efímera e impredecible que es nuestra existencia y todo lo que damos por hecho.
Pocas veces he sentido tan literalmente ese golpe de realidad. No puedo dejar de pensar que no es posible y aún así ser consciente de que lo es, de tu partida, de la fragilidad de esos momentos que compartiste y de la alegría de la familia de estar reunida. Cada vez que lo recuerdo, mi corazón se siente aplastado y, siendo testigo de cuánto te ama, no puedo dejar de pensar en lo que tu padre puede estar sufriendo en silencio.
Dejas un vacío en nuestras vidas y la constancia de la hipocrecía de este mundo que sigue girando, sin pausa.
La tranquilidad de los estóicos y su aceptación de la muerte se siente ridícula e inalcanzable. Es cierto que la muerte es una parte inevitable de la vida, pero el valor de la vida de quienes han recorrido esta efímera existencia a nuestro lado no es cuantificable y, aunque apreciemos intensamente cada momento compartido, el sentimiento de pérdida está ahí y, aunque con el tiempo se transforme, no llegará a desaparecer.

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